.......
jueves, 31 de diciembre de 2009
“Todo lo sufro pacientemente por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación....... y con gloria eterna.” 2ª Timoteo 2:10
Si Job hubiese sabido al sentarse en las cenizas y herir su corazón preguntándose por qué le permitiría sufrir la Providencia, que por medio de estos sufrimientos estaba haciendo lo que a un hombre le es posible hacer para dar con la solución del problema del dolor al mundo, él hubiese recuperado su valor. La vida de Job es mas o menos la tuya y la mía escrita en un texto mas voluminoso. Así que aunque ignoremos las pruebas que nos esperan, debemos creer, que lo mismo que para Job, los días en que luchó con sus terribles enfermedades, son los únicos que le hacen digno de ser recordado, y sin los cuales su nombre no hubiese sido escrito en el libro de la vida, así también para nosotros, los días en que luchamos y no hallamos ningún camino, pero no perdemos la luz, serán los días mas importantes de nuestra existencia.
Robert Collyer
¿Quién ignora que nuestros días de mayor aflicción podemos incluirlos entre los mejores? Cuando el rostro está coronado con sonrisas y caminamos por medio de los prados adornados con multitud de flores primaverales, el corazón corre el riesgo de ser arruinado.
El alma que siempre está alegre y contenta pierde la vida mas profunda. Ella tiene su recompensa y es satisfecha en su proporción, aunque dicha proporción es muy escasa. Pero el corazón se empequeñece , y la naturaleza que es capaz de las alturas mas elevadas y de las mayores profundidades, se queda sin desarrollar, y la vida se quema y destruye por completo sin haber conocido la resonancia de los acordes mas profundos de la alegría.
“Bienaventurados los que lloran”. Las estrellas brillan con mayor esplendor en las noches largas del invierno. Las gencianas muestran sus flores mas preciosas en medio de alturas casi inaccesibles de nieve y de hielo.
Parece que las promesas de Dios esperan que seamos oprimidos por la pena para extraer su riquísimo jugo como en un lagar. Sólo aquellos que han experimentado el dolor pueden conocer la ternura del “Varón de Dolores.” Seleccionado
Aunque careces de sol y estás rodeado de dificultades, ten presente que esto ha sido sabiamente ordenado para ti. Quizás un verano largo te hubiese convertido, por así decir, en tierra seca y en un desierto estéril. El Señor sabe lo que es mejor y lo que mas nos conviene, y tiene a Su disposición las nubes y el sol.
Seleccionado
Robert Collyer
¿Quién ignora que nuestros días de mayor aflicción podemos incluirlos entre los mejores? Cuando el rostro está coronado con sonrisas y caminamos por medio de los prados adornados con multitud de flores primaverales, el corazón corre el riesgo de ser arruinado.
El alma que siempre está alegre y contenta pierde la vida mas profunda. Ella tiene su recompensa y es satisfecha en su proporción, aunque dicha proporción es muy escasa. Pero el corazón se empequeñece , y la naturaleza que es capaz de las alturas mas elevadas y de las mayores profundidades, se queda sin desarrollar, y la vida se quema y destruye por completo sin haber conocido la resonancia de los acordes mas profundos de la alegría.
“Bienaventurados los que lloran”. Las estrellas brillan con mayor esplendor en las noches largas del invierno. Las gencianas muestran sus flores mas preciosas en medio de alturas casi inaccesibles de nieve y de hielo.
Parece que las promesas de Dios esperan que seamos oprimidos por la pena para extraer su riquísimo jugo como en un lagar. Sólo aquellos que han experimentado el dolor pueden conocer la ternura del “Varón de Dolores.” Seleccionado
Aunque careces de sol y estás rodeado de dificultades, ten presente que esto ha sido sabiamente ordenado para ti. Quizás un verano largo te hubiese convertido, por así decir, en tierra seca y en un desierto estéril. El Señor sabe lo que es mejor y lo que mas nos conviene, y tiene a Su disposición las nubes y el sol.
Seleccionado
martes, 22 de diciembre de 2009
ESTAD QUIETOS Y CONOCED QUE YO SOY DIOS – Sal 46:10 – Jonathan Edwards
ESTAD QUIETOS Y CONOCED QUE YO SOY DIOS
Sal 46:10
ESTE salmo suena como un himno de la iglesia en tiempos de grandes convulsiones y desolaciones en el mundo.
Es por eso que la iglesia se gloría en Dios como su amparo, su fortaleza y su pronto auxilio, aun en tiempos de las mayores tribulaciones y dificultades. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y borboteen sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su ímpetu” (versículos 1, 2, 3).
La iglesia se enorgullece en Dios, no sólo por ser Él su ayudador, que la defiende cuando el resto del mundo se ve envuelto en desgracias y catástrofes, sino porque, como río refrescante, le da aliento y gozo, aun en medio de la calamidad pública. “Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo. Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana” (vv. 4, 5). En los versículos 6 y 8 se declaran los cambios profundos y las calamidades que agitaban al mundo: “Braman las naciones, se tambalean los reinos; lanza él su voz, y se derrite la tierra. Venid, ved las obras de Jehová, que ha puesto asolamiento en la tierra”. En el texto que sigue se expresa de manera admirable la manera en que Dios libra a la iglesia de estas desgracias, especialmente de los desastres de la guerra y la furia de sus enemigos: “Que hace cesar las guerras hasta los confines de la tierra. Que quiebra el arco, rompe las lanzas y quema los carros en el fuego”. Es decir, Él hace que cesen las guerras cuando son contra su pueblo; Él quiebra el arco cuando se dobla contra sus santos.
Siguen entonces estas palabras: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. La soberanía de Dios se manifiesta en sus grandes obras, las cuales aparecen descritas en los versículos anteriores. Esas mismas terribles desolaciones que Él desató en su designio de librar a su pueblo utilizando medios terribles muestran también su grandeza y su señorío. A través de todo eso demuestra su poder y soberanía, y así ordena a todos estar quietos, y conocer que Él es Dios. Porque, dice: “Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra”.
De esto se pueden derivar observaciones interesantes
1. El deber de estar tranquilos delante de Dios, bajo las mercedes de su providencia. Esto implica que debemos mantener quietud de palabras, sujetándonos de hablar o de quejarnos contra los designios de la Providencia; no oscureciendo la razón con palabras de ignorancia, ni empleando el lenguaje pomposo de la vanidad. Debemos mantener quietud en nuestras acciones y en nuestra conducta, de modo que no contrariemos a Dios en sus designios. Y en lo tocante a la disposición interior de nuestros corazones, hemos de cultivar la calma y una serena sumisión de espíritu a la soberana voluntad de Dios, cualquiera que esta sea.
2. Podemos tener en cuenta el fundamento de este deber, esto es, la divinidad de Dios. El hecho de ser Dios es razón de sobra para que debamos estar quietos delante de Él, sin murmurar en lo más mínimo, sin objetar, sin oposición, sino tranquilamente y con humildad sometiéndonos a Él. ¿Cómo hemos de cumplir este deber de estar quietos delante de Dios? Sencillamente con un sentido de su divinidad, comprendiendo que el fundamento de ese deber es el conocimiento de que Él es Dios. Nuestra sumisión es la que corresponde a seres racionales. Dios no requiere que nos sometamos a Él a contrapelo de lo razonable, sino como viendo la razón y el fundamento de hacerlo así. De ahí que, la mera realización de que Dios es Dios puede ser suficiente para acallar toda objeción y oposición a sus divinos y soberanos designios.
Todo esto puede verse considerando lo siguiente:
1. Por cuanto Él es Dios, es un ser absoluta e infinitamente perfecto, siendo imposible que pudiera incurrir en error o maldad. Y como es eterno y no debe su existencia a ningún otro, no puede en medida alguna tener limitaciones en su ser ni en ninguno de sus atributos. Si algo tiene límites en su naturaleza, debe haber alguna causa o razón por la que esos límites están allí. De lo cual se deduce que toda cosa limitada debe tener alguna causa. Por lo tanto, aquello que no tenga causa tiene que ser ilimitado. Las obras de Dios demuestran con toda evidencia que su sabiduría y su poder son infinitos, pues quien hizo todas las cosas de la nada, que las sustenta, gobierna y maneja en todo momento y en todas las edades, sin cansarse, tiene que poseer un poder infinito. Tiene asimismo que ser infinito en el conocimiento; porque si Él hizo todas las cosas, y sin cesar las sustenta y gobierna todas, se sigue que él, continuamente y de una sola mirada, ve y conoce a la perfección todas las cosas, así las grandes como las pequeñas.
Lo cual no es posible sin un conocimiento infinito. Siendo, pues, infinito en conocimiento y poder, Dios tiene que ser también perfectamente santo. La falta de santidad supone siempre defecto y pobreza de visión. Donde no hay oscuridad ni engaño, no puede faltar la santidad. Es imposible que la maldad pueda coexistir con la infinita luz. Dios, siendo infinito en poder y conocimiento, tiene que ser totalmente autosuficiente. Es por lo tanto imposible que Él pueda caer en cualquier tentación o cometer alguna falta. No hay motivo por el cual pueda incurrir en nada semejante. Siempre que alguien es tentado a ceder a lo incorrecto, es por fines egoístas.
Entonces, ¿cómo podría un Ser todopoderoso -que no necesita de nada- ser tentado a hacer algo malo por fines egoístas? Es, pues, imposible que Dios, que es esencialmente santo, pudiera en ningún sentido incurrir en el mal.
2. Por el hecho de ser Dios, Él es tan grande que está infinitamente más allá de toda
comprensión. Por tanto, es irrazonable de nuestra parte pretender juzgar sus decisiones, ya que las mismas son misteriosas. Si fuera un ser al cual nosotros pudiéramos comprender, no sería Dios. Sería irrazonable suponer nada más allá del hecho de que hay muchas cosas en la naturaleza de Dios, así como en sus obras y gobierno, que son para nosotros un misterio que jamás podremos discernir.
¿Qué somos y qué idea tenemos de nosotros mismos si esperamos que Dios y sus
designios puedan estar al nivel de nuestro entendimiento? Somos infinitamente incapaces de tal cosa como comprender a Dios. Para nosotros sería menos irrazonable concebir que una cáscara de nuez pudiera contener al océano. Dice en Job 11.7ss: “¿Descubrirás tú las profundidades de Dios? ¿Alcanzarás el límite de la perfección del Todopoderoso? Es más alta que los cielos; ¿qué harás? Es más profunda que el Seol; ¿cómo la conocerás? Su dimensión es más extensa que la tierra, y más ancha que el mar”. Si pudiéramos tener sentido de la distancia que existe entre Dios y nosotros, entenderíamos lo razonable de la interrogación del apóstol Pablo en Romanos 9.20: “…oh, hombre, ¿quién eres tú para que alterques con Dios?”
Si creemos encontrarle faltas al gobierno de Dios, estamos virtualmente suponiéndonos capaces de ser sus consejeros; cuando en realidad más bien nos convendría, con gran humildad y adoración, clamar con el apóstol (Ro 11.33ss): “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios, e insondables sus caminos! Porque ¿quién penetró en el pensamiento del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos de los siglos”.
Si hubiera niños que alzaran la voz para criticar a los cuerpos legislativos de su país o para poner en tela de juicio las decisiones del poder ejecutivo, ¿no se estimaría que se estaban entrometiendo en cosas demasiado elevadas para ellos? ¿Y qué somos nosotros sino bebés? Pues nuestras inteligencias son infinitamente menores que las de los bebés en comparación con la sabiduría de Dios. Lo sensato para nosotros es tener esto en cuenta y ajustar a ello nuestra conducta. Dice en el Salmo 131.1,2: “Jehová, no está envanecido mi corazón, ni mis ojos son altivos; no ando tras grandezas, ni tras cosas demasiado sublimes para mí. Sino que me he calmado y he acallado mi alma como un niño destetado de su madre”.
Esta sola comprensión de la infinita distancia entre Dios y nosotros, y entre el
entendimiento de Dios y el nuestro, debería ser suficiente para acallarnos y para acatar con serenidad todo lo que Dios hace, no importa cuán ininteligible o misterioso nos parezca. Ni tampoco tenemos derecho alguno a esperar que Dios nos explique en particular la razón de sus actos o sus designios. Está más que justificado que Dios no nos dé a nosotros, gusanos del polvo que somos, razón de sus asuntos, que así podamos captar la distancia que nos separa de Él, y le adoremos y nos sometamos a Él en humildad y reverencia.
Podemos ver a este respecto por qué, cuando Job padecía sufriendo por designio divino crueles penalidades, Dios le respondió no explicándole las razones de su misteriosa providencia, sino haciéndole ver su condición de miserable gusano, de nada, y cuán lejos estaba él de la altura de Dios. Esta actitud divina estaba más en consonancia con Dios que haber entrado en algún debate con Job, o haberle revelado el misterio de sus dificultades.
Y para Job fue bueno someterse a Dios en aquellas cosas que no podía entender, a lo cual quiso traerle la respuesta divina.
Conviene que Dios habite en profunda oscuridad, o en luz que ningún ser humano puede resistir, la cual ninguno ha visto ni puede ver. Nada hay de extraño en que un Dios de infinita gloria resplandezca con una brillantez demasiado viva y potente para el ojo humano. Porque los mismos ángeles, esos espíritus poderosos, aparecen cubriendo sus rostros ante esta luz (Isaías 6).
3. Siendo que Él es Dios, todas las cosas son suyas, por lo cual tiene derecho a disponer de ellas a su antojo y placer. Todas las cosas de este mundo inferior son suyas. “…Todo lo que hay debajo del cielo es mío” (Job 41.11). “He aquí, de Jehová tu Dios son los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella” (Dt 10.14). Todas las cosas son suyas porque todas proceden de Él; son totalmente de Él y de solamente de Él.
Aquellas cosas hechas por los hombres no son enteramente de ellos. Cuando un hombre edifica una casa, no es completamente suya; ninguno de los materiales con que fue hecha le debe su origen. Todas las criaturas son total y completamente fruto del poder de Dios.
Es lógico, por lo tanto, que todas sean para él y estén sujetas a su voluntad (Pr 16.4). Así pues, como todas las cosas vienen de Dios, así todas se sostienen por Él, y se hundirían en la nada en un instante si Él no las sostuviera. Y todas son para Él. “Porque de él, y por él, y para él son todas las cosas” (Ro 11.36). “Porque por él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, las visibles y las invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas tienen consistencia en él” (Colosenses 1.16,17). Toda la humanidad es suya: sus vidas, su aliento, su ser; “porque en él vivimos y nos movemos y somos”. Nuestras almas y nuestras capacidades le pertenecen.
“He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía” (Ez 18.4).
4. Comoquiera que Él es Dios, es digno de ser soberano sobre todas las cosas. A veces los hombres poseen más de lo que son dignos de poseer. Pero Dios es no solamente dueño de todo el universo, siendo que todo procede y depende de Él, sino que tal es su perfección, la excelencia y dignidad de su naturaleza, que es digno de ser soberano por sobre todo. Nadie deberá osar oponerse a que Dios ejerza la soberanía del universo como si no fuera digno de ello, pues el ser soberano absoluto del universo no es gloria ni honor demasiado grandes para Él.
Todas las cosas en el cielo y en la tierra, ángeles y hombres, son nada en comparación con Él; todas son como la gota de agua en el balde o como el grano de arena en la playa. Es así adecuado que cada cosa esté en sus manos, para que Él disponga según le plazca. Su voluntad y su deseo son de infinitamente mayor importancia que los de las criaturas. Es correcto que su voluntad se cumpla, aunque fuere contraria a la de todos los demás seres; que Él haga de sí mismo su propio fin; y que disponga todas las cosas para sí. Dios está dotado de tales perfecciones y excelencias que tiene título a ser el soberano absoluto del mundo.
Ciertamente, conviene mucho más que todas las cosas estén bajo la dirección de una sabiduría irreprochable y perfecta que expuestas a caer en confusión o sujetas a causas sin control. Más aun, no es bueno que ningún negocio dentro del gobierno de Dios pueda quedar sin la dirección de su sabia providencia, muy especialmente aquellas cosas de mayor importancia.
Es absurdo suponer que Dios pudiera estar obligado a prevenir a cualquier criatura de pecar y de exponerse a castigo adecuado. De ser así, resultaría que no puede haber tal cosa como un gobierno moral de Dios sobre individuos razonables, y sería arbitrario para Dios dar mandamientos ya que Él mismo sería la parte comprometida a observar la conducta y estarían fuera de lugar las promesas o las amenazas. Pero si Dios puede dejar que alguien peque y se exponga a castigo, entonces resulta mucho más apropiado y mejor que el asunto sea tratado con sabiduría -quién en justicia debe a causa del pecado quedar expuesto a castigo y quién no- que permitir que venga por la confusión o el azar.
No es digno del Gobernador del universo dejar las cosas al azar; lo natural para Él es gobernar todas las cosas por medios de sabiduría. Y así como Dios posee sabiduría que lo autoriza para ser soberano, así también tiene el poder que lo capacita para ejecutar lo que aconseja la sabiduría. Más aun, Él es esencial e invariablemente santo y justo, e infinitamente bueno, por lo que está perfectamente calificado para gobernar el mundo de la mejor manera posible.
Por lo tanto, cuando actúa como soberano del mundo, lo indicado para nosotros es estar quietos y someternos de buen grado, sin objetar en manera alguna que Él tenga la gloria de su soberanía; por el contrario, conscientes de su dignidad, reconocerla con gozo, diciendo: “Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos”, y repetir con aquellos en Apocalipsis 5.13: “Al que está sentado en el trono … sea la alabanza, el honor, la gloria, y el dominio…”
5. Por cuanto Él es Dios, será soberano y actuará como tal. Él se sienta en el trono de su soberanía y su reino rige sobre todos. En su soberano poder y dominio será exaltado, como Él mismo declara: “Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra”. Él hará saber a todos que es el supremo Señor de toda la tierra. Él efectúa su voluntad entre las huestes del cielo y entre los habitantes de la tierra, y nadie puede detener su mano. No puede haber tal cosa como frustrar, entorpecer o invalidar sus designios, pues Él es grande en el pensamiento y maravilloso en la acción. Su consejo prevalecerá, y Él hará todo lo que le plazca.
No hay sabiduría, ni inteligencia, ni talento que pueda ir contra el Señor. Cualquier cosa que Él quiera hacer será para siempre; nada le será añadido ni quitado. Cuando Él actúe, ¿quién le opondrá reparos? Él puede, si quiere, hacer trizas a sus enemigos. Si los hombres se juntan contra Él para estorbar u oponerse a sus designios, Él “quiebra el arco, rompe las lanzas, y quema los carros en el fuego”. Él mata y hace vivir, derriba y levanta, todo según el consenso de su voluntad. Dice en Isaías 45.6,7: “Para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo soy Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo soy Jehová, el que hago todo esto”.
Ni los eminentes, ni los ricos, ni los sabios pueden impedir o torcer la voluntad de Dios. Él despacha chasqueados a los doctos y no rinde pleitesía a los aristócratas ni concede privilegio a los ricos sobre los pobres. Hay muchos subterfugios en el corazón humano; pero el consejo del Señor y los pensamientos de su corazón permanecerán a través de todas las generaciones. Cuando Él concede paz, ¿quién puede crear problemas? Y si oculta su rostro, ¿quién puede contemplarlo? Lo que Él derriba no puede ser reconstruido y al que silencie así se queda. Cuando Él se proponga algo, ¿quién se lo estorbará? Y cuando extienda su mano, ¿quién hará que la recoja? No hay por lo tanto manera de impedir a Dios ser soberano ni que actúe como tal. “De quien quiere tiene compasión y al que quiere endurecer, endurece” (Ro 9.18). Él tiene las llaves del infierno y de la muerte: abre, y no hay quien cierre; cierra, y no hay quien abra. Esto puede hacernos ver la insensatez de ponernos en contra de los soberanos designios de Dios; y cuán sabios son
aquellos que quietamente y de buen ánimo se someten a su soberana voluntad.
6. Como que Él es Dios, está en posición de vengarse de aquellos que se opongan a su soberanía. Él es sabio de corazón y poderoso en fortaleza; ¿quién podrá endurecerse contra Dios y salir airoso? A esto tiene que responder todo el que intente contender con Él. Y ay del miserable que quiera pelear contra Dios, ¿podrá defender su posición delante de Él? A cualquiera de sus enemigos al que mueva el orgullo, el Señor le mostrará que está por encima de ellos. Vendrán a ser como la paja en el viento, o como grasa de carneros; el fuego los consumirá y desaparecerán. “Quién pondrá contra mí en batalla espinos y zarzas? Yo los hollaré, los quemaré a una” (Isaías 27.4).
Sal 46:10
ESTE salmo suena como un himno de la iglesia en tiempos de grandes convulsiones y desolaciones en el mundo.
Es por eso que la iglesia se gloría en Dios como su amparo, su fortaleza y su pronto auxilio, aun en tiempos de las mayores tribulaciones y dificultades. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y borboteen sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su ímpetu” (versículos 1, 2, 3).
La iglesia se enorgullece en Dios, no sólo por ser Él su ayudador, que la defiende cuando el resto del mundo se ve envuelto en desgracias y catástrofes, sino porque, como río refrescante, le da aliento y gozo, aun en medio de la calamidad pública. “Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo. Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana” (vv. 4, 5). En los versículos 6 y 8 se declaran los cambios profundos y las calamidades que agitaban al mundo: “Braman las naciones, se tambalean los reinos; lanza él su voz, y se derrite la tierra. Venid, ved las obras de Jehová, que ha puesto asolamiento en la tierra”. En el texto que sigue se expresa de manera admirable la manera en que Dios libra a la iglesia de estas desgracias, especialmente de los desastres de la guerra y la furia de sus enemigos: “Que hace cesar las guerras hasta los confines de la tierra. Que quiebra el arco, rompe las lanzas y quema los carros en el fuego”. Es decir, Él hace que cesen las guerras cuando son contra su pueblo; Él quiebra el arco cuando se dobla contra sus santos.
Siguen entonces estas palabras: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. La soberanía de Dios se manifiesta en sus grandes obras, las cuales aparecen descritas en los versículos anteriores. Esas mismas terribles desolaciones que Él desató en su designio de librar a su pueblo utilizando medios terribles muestran también su grandeza y su señorío. A través de todo eso demuestra su poder y soberanía, y así ordena a todos estar quietos, y conocer que Él es Dios. Porque, dice: “Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra”.
De esto se pueden derivar observaciones interesantes
1. El deber de estar tranquilos delante de Dios, bajo las mercedes de su providencia. Esto implica que debemos mantener quietud de palabras, sujetándonos de hablar o de quejarnos contra los designios de la Providencia; no oscureciendo la razón con palabras de ignorancia, ni empleando el lenguaje pomposo de la vanidad. Debemos mantener quietud en nuestras acciones y en nuestra conducta, de modo que no contrariemos a Dios en sus designios. Y en lo tocante a la disposición interior de nuestros corazones, hemos de cultivar la calma y una serena sumisión de espíritu a la soberana voluntad de Dios, cualquiera que esta sea.
2. Podemos tener en cuenta el fundamento de este deber, esto es, la divinidad de Dios. El hecho de ser Dios es razón de sobra para que debamos estar quietos delante de Él, sin murmurar en lo más mínimo, sin objetar, sin oposición, sino tranquilamente y con humildad sometiéndonos a Él. ¿Cómo hemos de cumplir este deber de estar quietos delante de Dios? Sencillamente con un sentido de su divinidad, comprendiendo que el fundamento de ese deber es el conocimiento de que Él es Dios. Nuestra sumisión es la que corresponde a seres racionales. Dios no requiere que nos sometamos a Él a contrapelo de lo razonable, sino como viendo la razón y el fundamento de hacerlo así. De ahí que, la mera realización de que Dios es Dios puede ser suficiente para acallar toda objeción y oposición a sus divinos y soberanos designios.
Todo esto puede verse considerando lo siguiente:
1. Por cuanto Él es Dios, es un ser absoluta e infinitamente perfecto, siendo imposible que pudiera incurrir en error o maldad. Y como es eterno y no debe su existencia a ningún otro, no puede en medida alguna tener limitaciones en su ser ni en ninguno de sus atributos. Si algo tiene límites en su naturaleza, debe haber alguna causa o razón por la que esos límites están allí. De lo cual se deduce que toda cosa limitada debe tener alguna causa. Por lo tanto, aquello que no tenga causa tiene que ser ilimitado. Las obras de Dios demuestran con toda evidencia que su sabiduría y su poder son infinitos, pues quien hizo todas las cosas de la nada, que las sustenta, gobierna y maneja en todo momento y en todas las edades, sin cansarse, tiene que poseer un poder infinito. Tiene asimismo que ser infinito en el conocimiento; porque si Él hizo todas las cosas, y sin cesar las sustenta y gobierna todas, se sigue que él, continuamente y de una sola mirada, ve y conoce a la perfección todas las cosas, así las grandes como las pequeñas.
Lo cual no es posible sin un conocimiento infinito. Siendo, pues, infinito en conocimiento y poder, Dios tiene que ser también perfectamente santo. La falta de santidad supone siempre defecto y pobreza de visión. Donde no hay oscuridad ni engaño, no puede faltar la santidad. Es imposible que la maldad pueda coexistir con la infinita luz. Dios, siendo infinito en poder y conocimiento, tiene que ser totalmente autosuficiente. Es por lo tanto imposible que Él pueda caer en cualquier tentación o cometer alguna falta. No hay motivo por el cual pueda incurrir en nada semejante. Siempre que alguien es tentado a ceder a lo incorrecto, es por fines egoístas.
Entonces, ¿cómo podría un Ser todopoderoso -que no necesita de nada- ser tentado a hacer algo malo por fines egoístas? Es, pues, imposible que Dios, que es esencialmente santo, pudiera en ningún sentido incurrir en el mal.
2. Por el hecho de ser Dios, Él es tan grande que está infinitamente más allá de toda
comprensión. Por tanto, es irrazonable de nuestra parte pretender juzgar sus decisiones, ya que las mismas son misteriosas. Si fuera un ser al cual nosotros pudiéramos comprender, no sería Dios. Sería irrazonable suponer nada más allá del hecho de que hay muchas cosas en la naturaleza de Dios, así como en sus obras y gobierno, que son para nosotros un misterio que jamás podremos discernir.
¿Qué somos y qué idea tenemos de nosotros mismos si esperamos que Dios y sus
designios puedan estar al nivel de nuestro entendimiento? Somos infinitamente incapaces de tal cosa como comprender a Dios. Para nosotros sería menos irrazonable concebir que una cáscara de nuez pudiera contener al océano. Dice en Job 11.7ss: “¿Descubrirás tú las profundidades de Dios? ¿Alcanzarás el límite de la perfección del Todopoderoso? Es más alta que los cielos; ¿qué harás? Es más profunda que el Seol; ¿cómo la conocerás? Su dimensión es más extensa que la tierra, y más ancha que el mar”. Si pudiéramos tener sentido de la distancia que existe entre Dios y nosotros, entenderíamos lo razonable de la interrogación del apóstol Pablo en Romanos 9.20: “…oh, hombre, ¿quién eres tú para que alterques con Dios?”
Si creemos encontrarle faltas al gobierno de Dios, estamos virtualmente suponiéndonos capaces de ser sus consejeros; cuando en realidad más bien nos convendría, con gran humildad y adoración, clamar con el apóstol (Ro 11.33ss): “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios, e insondables sus caminos! Porque ¿quién penetró en el pensamiento del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos de los siglos”.
Si hubiera niños que alzaran la voz para criticar a los cuerpos legislativos de su país o para poner en tela de juicio las decisiones del poder ejecutivo, ¿no se estimaría que se estaban entrometiendo en cosas demasiado elevadas para ellos? ¿Y qué somos nosotros sino bebés? Pues nuestras inteligencias son infinitamente menores que las de los bebés en comparación con la sabiduría de Dios. Lo sensato para nosotros es tener esto en cuenta y ajustar a ello nuestra conducta. Dice en el Salmo 131.1,2: “Jehová, no está envanecido mi corazón, ni mis ojos son altivos; no ando tras grandezas, ni tras cosas demasiado sublimes para mí. Sino que me he calmado y he acallado mi alma como un niño destetado de su madre”.
Esta sola comprensión de la infinita distancia entre Dios y nosotros, y entre el
entendimiento de Dios y el nuestro, debería ser suficiente para acallarnos y para acatar con serenidad todo lo que Dios hace, no importa cuán ininteligible o misterioso nos parezca. Ni tampoco tenemos derecho alguno a esperar que Dios nos explique en particular la razón de sus actos o sus designios. Está más que justificado que Dios no nos dé a nosotros, gusanos del polvo que somos, razón de sus asuntos, que así podamos captar la distancia que nos separa de Él, y le adoremos y nos sometamos a Él en humildad y reverencia.
Podemos ver a este respecto por qué, cuando Job padecía sufriendo por designio divino crueles penalidades, Dios le respondió no explicándole las razones de su misteriosa providencia, sino haciéndole ver su condición de miserable gusano, de nada, y cuán lejos estaba él de la altura de Dios. Esta actitud divina estaba más en consonancia con Dios que haber entrado en algún debate con Job, o haberle revelado el misterio de sus dificultades.
Y para Job fue bueno someterse a Dios en aquellas cosas que no podía entender, a lo cual quiso traerle la respuesta divina.
Conviene que Dios habite en profunda oscuridad, o en luz que ningún ser humano puede resistir, la cual ninguno ha visto ni puede ver. Nada hay de extraño en que un Dios de infinita gloria resplandezca con una brillantez demasiado viva y potente para el ojo humano. Porque los mismos ángeles, esos espíritus poderosos, aparecen cubriendo sus rostros ante esta luz (Isaías 6).
3. Siendo que Él es Dios, todas las cosas son suyas, por lo cual tiene derecho a disponer de ellas a su antojo y placer. Todas las cosas de este mundo inferior son suyas. “…Todo lo que hay debajo del cielo es mío” (Job 41.11). “He aquí, de Jehová tu Dios son los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella” (Dt 10.14). Todas las cosas son suyas porque todas proceden de Él; son totalmente de Él y de solamente de Él.
Aquellas cosas hechas por los hombres no son enteramente de ellos. Cuando un hombre edifica una casa, no es completamente suya; ninguno de los materiales con que fue hecha le debe su origen. Todas las criaturas son total y completamente fruto del poder de Dios.
Es lógico, por lo tanto, que todas sean para él y estén sujetas a su voluntad (Pr 16.4). Así pues, como todas las cosas vienen de Dios, así todas se sostienen por Él, y se hundirían en la nada en un instante si Él no las sostuviera. Y todas son para Él. “Porque de él, y por él, y para él son todas las cosas” (Ro 11.36). “Porque por él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, las visibles y las invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas tienen consistencia en él” (Colosenses 1.16,17). Toda la humanidad es suya: sus vidas, su aliento, su ser; “porque en él vivimos y nos movemos y somos”. Nuestras almas y nuestras capacidades le pertenecen.
“He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía” (Ez 18.4).
4. Comoquiera que Él es Dios, es digno de ser soberano sobre todas las cosas. A veces los hombres poseen más de lo que son dignos de poseer. Pero Dios es no solamente dueño de todo el universo, siendo que todo procede y depende de Él, sino que tal es su perfección, la excelencia y dignidad de su naturaleza, que es digno de ser soberano por sobre todo. Nadie deberá osar oponerse a que Dios ejerza la soberanía del universo como si no fuera digno de ello, pues el ser soberano absoluto del universo no es gloria ni honor demasiado grandes para Él.
Todas las cosas en el cielo y en la tierra, ángeles y hombres, son nada en comparación con Él; todas son como la gota de agua en el balde o como el grano de arena en la playa. Es así adecuado que cada cosa esté en sus manos, para que Él disponga según le plazca. Su voluntad y su deseo son de infinitamente mayor importancia que los de las criaturas. Es correcto que su voluntad se cumpla, aunque fuere contraria a la de todos los demás seres; que Él haga de sí mismo su propio fin; y que disponga todas las cosas para sí. Dios está dotado de tales perfecciones y excelencias que tiene título a ser el soberano absoluto del mundo.
Ciertamente, conviene mucho más que todas las cosas estén bajo la dirección de una sabiduría irreprochable y perfecta que expuestas a caer en confusión o sujetas a causas sin control. Más aun, no es bueno que ningún negocio dentro del gobierno de Dios pueda quedar sin la dirección de su sabia providencia, muy especialmente aquellas cosas de mayor importancia.
Es absurdo suponer que Dios pudiera estar obligado a prevenir a cualquier criatura de pecar y de exponerse a castigo adecuado. De ser así, resultaría que no puede haber tal cosa como un gobierno moral de Dios sobre individuos razonables, y sería arbitrario para Dios dar mandamientos ya que Él mismo sería la parte comprometida a observar la conducta y estarían fuera de lugar las promesas o las amenazas. Pero si Dios puede dejar que alguien peque y se exponga a castigo, entonces resulta mucho más apropiado y mejor que el asunto sea tratado con sabiduría -quién en justicia debe a causa del pecado quedar expuesto a castigo y quién no- que permitir que venga por la confusión o el azar.
No es digno del Gobernador del universo dejar las cosas al azar; lo natural para Él es gobernar todas las cosas por medios de sabiduría. Y así como Dios posee sabiduría que lo autoriza para ser soberano, así también tiene el poder que lo capacita para ejecutar lo que aconseja la sabiduría. Más aun, Él es esencial e invariablemente santo y justo, e infinitamente bueno, por lo que está perfectamente calificado para gobernar el mundo de la mejor manera posible.
Por lo tanto, cuando actúa como soberano del mundo, lo indicado para nosotros es estar quietos y someternos de buen grado, sin objetar en manera alguna que Él tenga la gloria de su soberanía; por el contrario, conscientes de su dignidad, reconocerla con gozo, diciendo: “Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos”, y repetir con aquellos en Apocalipsis 5.13: “Al que está sentado en el trono … sea la alabanza, el honor, la gloria, y el dominio…”
5. Por cuanto Él es Dios, será soberano y actuará como tal. Él se sienta en el trono de su soberanía y su reino rige sobre todos. En su soberano poder y dominio será exaltado, como Él mismo declara: “Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra”. Él hará saber a todos que es el supremo Señor de toda la tierra. Él efectúa su voluntad entre las huestes del cielo y entre los habitantes de la tierra, y nadie puede detener su mano. No puede haber tal cosa como frustrar, entorpecer o invalidar sus designios, pues Él es grande en el pensamiento y maravilloso en la acción. Su consejo prevalecerá, y Él hará todo lo que le plazca.
No hay sabiduría, ni inteligencia, ni talento que pueda ir contra el Señor. Cualquier cosa que Él quiera hacer será para siempre; nada le será añadido ni quitado. Cuando Él actúe, ¿quién le opondrá reparos? Él puede, si quiere, hacer trizas a sus enemigos. Si los hombres se juntan contra Él para estorbar u oponerse a sus designios, Él “quiebra el arco, rompe las lanzas, y quema los carros en el fuego”. Él mata y hace vivir, derriba y levanta, todo según el consenso de su voluntad. Dice en Isaías 45.6,7: “Para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo soy Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo soy Jehová, el que hago todo esto”.
Ni los eminentes, ni los ricos, ni los sabios pueden impedir o torcer la voluntad de Dios. Él despacha chasqueados a los doctos y no rinde pleitesía a los aristócratas ni concede privilegio a los ricos sobre los pobres. Hay muchos subterfugios en el corazón humano; pero el consejo del Señor y los pensamientos de su corazón permanecerán a través de todas las generaciones. Cuando Él concede paz, ¿quién puede crear problemas? Y si oculta su rostro, ¿quién puede contemplarlo? Lo que Él derriba no puede ser reconstruido y al que silencie así se queda. Cuando Él se proponga algo, ¿quién se lo estorbará? Y cuando extienda su mano, ¿quién hará que la recoja? No hay por lo tanto manera de impedir a Dios ser soberano ni que actúe como tal. “De quien quiere tiene compasión y al que quiere endurecer, endurece” (Ro 9.18). Él tiene las llaves del infierno y de la muerte: abre, y no hay quien cierre; cierra, y no hay quien abra. Esto puede hacernos ver la insensatez de ponernos en contra de los soberanos designios de Dios; y cuán sabios son
aquellos que quietamente y de buen ánimo se someten a su soberana voluntad.
6. Como que Él es Dios, está en posición de vengarse de aquellos que se opongan a su soberanía. Él es sabio de corazón y poderoso en fortaleza; ¿quién podrá endurecerse contra Dios y salir airoso? A esto tiene que responder todo el que intente contender con Él. Y ay del miserable que quiera pelear contra Dios, ¿podrá defender su posición delante de Él? A cualquiera de sus enemigos al que mueva el orgullo, el Señor le mostrará que está por encima de ellos. Vendrán a ser como la paja en el viento, o como grasa de carneros; el fuego los consumirá y desaparecerán. “Quién pondrá contra mí en batalla espinos y zarzas? Yo los hollaré, los quemaré a una” (Isaías 27.4).
viernes, 18 de diciembre de 2009
"Allí vimos los gigantes." Números 13:34
Sí, ellos vieron los gigantes, pero Caleb y Josué vieron a Dios. Los que dudan dicen, “No podemos ir adelante.” Los que creen dicen: “Vamos adelante a poseerlo, porque podemos.”
Los gigantes existen para las grandes dificultades y los gigante están disfrazados por todas partes. Están entre nuestros familiares, en nuestras iglesias, en nuestra vida social, en nuestros corazones, y debemos vencerlos o de lo contrario nos comerán, como dijeron estos hombres acerca de los gigantes de Canaán.
Los hombres de fe dijeron, “Son pan para nosotros, nos los comeremos.” En otras palabras, “Seremos mas fuertes venciéndolos, que si no hubiese habido gigantes para vencer.”
Ahora la cuestión es, que al menos que poseamos la fe que vence, seremos comidos, consumidos por los gigantes en nuestro camino. Tengamos el espíritu de fe que tuvieron estos hombres de fe y veamos a Dios y Él se cuidará de las dificultades.
Seleccionado
Cuando estamos en el camino del deber, es cuando encontramos los gigantes. Cuando Israel estaba marchando hacia delante, fue cuando aparecieron los gigantes. Cuando volvieron al desierto no encontraron ninguno.
Prevalece la idea de que el poder de Dios en la vida del individuo le eleva sobre toda clase de pruebas y conflictos. El hecho es , que el poder de Dios siempre lleva consigo un conflicto y una lucha. Uno hubiese pensado que en su viaje misionero a Roma, Pablo hubiere sido guardado por alguna poderosa providencia sobre el poder de las tormentas, de las tempestades y de sus enemigos. Pero al contrario, fue una larga y dura lucha de persecución por los judíos, de terribles tempestades, de serpientes venenosas y de luchas contra todos los poderes de la tierra y e infierno, y al fin fue salvado por el margen mas estrecho, nadando a tierra de Malta sobre el trozo de uno de los residuos del barco naufragado, escapando milagrosamente de una muerte segura.
¿ Fue aquello debido a la intervención de un Dios de poder infinito? Sí, como Él es. Y así Pablo nos dice que cuando recibió al Señor Jesucristo como la vida de su cuerpo, inmediatamente le sobrevino un terrible conflicto. En verdad, un conflicto que nunca terminó, una presión persistente, pero de la cual siempre salió victoriosa por medio del poder de Jesucristo.
El lenguaje con que describe esto, es de lo mas pintoresco. “Estábamos atribulados en todo, mas no angustiados, en apuros, mas no desesperados, perseguidos, mas no desamparados, abatidos, mas no perecemos, llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestros cuerpos.”
¡Qué lucha tan incesante y dura! Es muy difícil poder expresar en otro idioma la fuerza del original. Hay cinco cuadros en sucesión. En el primero, se representa la idea de numerosos enemigos oprimiendo por todas partes, pero no obstante, sin vencerle, porque el poder del cielo hace una abertura los suficientemente amplia en el camino para que pueda salir. La traducción literal sería “Estamos oprimidos por todas partes, pero no vencidos.”
El segundo paso es el de una persona cuyo camino parece estar completamente cerrado, sin embargo lo ha atravesado y existe la luz suficiente para mostrarle el próximo paso.
La tercera imagen representa a un enemigo que persigue violentamente, mientras que el divino Protector aún continúa al lado del perseguido. Podemos adoptar la magnífica traducción de Rotherham, “Perseguidos pero no abandonados.”
El cuarto cuadro, es aún mas vívido que dramático. El enemigo le ha alcanzado, herido y derribado. Pero no es un golpe mortal, él puede levantarse nuevamente. Podría traducirse, “Derribado pero no vencido.”
La imagen avanza una vez mas y ahora parece que se trata de la misma muerte. “Llevando siempre por todas partes la muerte del Señor Jesús en el cuerpo.” Pero él no muere, porque “también la vida de Jesús” viene ahora en su ayuda , y él vive en la vida de otro, hasta que ha realizado el trabajo de su vida.
La razón por el cual muchos fracasan en esta experiencia de curación divina, es porque esperaban pasarla sin tener que luchar, y cuando llega el conflicto y se alagar la batalla, se desalientan y someten. Dios no posee nada que sea digno de tenerse y que sea fácil su obtención. En el mercado celestial, no existen artículos baratos. Nuestra redención costó todo lo que Dios mas amaba, y todo lo que vale la pena de poseerse, cuesta caro. Los lugares difíciles son las verdaderas escuelas de la fe y del carácter, y si nosotros vamos a elevarnos sobre la mera fortaleza humana y probar el poder de la vida divina en estos cuerpos mortales, tiene que ser por medio del proceso de un conflicto, que pudiera muy bien ser llamado, el parto doloroso de una nueva vida. Recordemos la imagen antigua del arbusto que ardía, pero no fue consumido, o la Visión de la casa del Intérprete de la llama que no expiraba, a pesar de no cesar el demonio de derramar agua sobre ella, porque en el fondo había un ángel derramando aceite constantemente y guardando la llama encendida.
Tú, amado hijo de Dios que estás sufriendo, tú no puedes fracasar si te atreves a creer solamente, si permaneces firme y rehúsas a ser vencido.
Un tratado.
Los gigantes existen para las grandes dificultades y los gigante están disfrazados por todas partes. Están entre nuestros familiares, en nuestras iglesias, en nuestra vida social, en nuestros corazones, y debemos vencerlos o de lo contrario nos comerán, como dijeron estos hombres acerca de los gigantes de Canaán.
Los hombres de fe dijeron, “Son pan para nosotros, nos los comeremos.” En otras palabras, “Seremos mas fuertes venciéndolos, que si no hubiese habido gigantes para vencer.”
Ahora la cuestión es, que al menos que poseamos la fe que vence, seremos comidos, consumidos por los gigantes en nuestro camino. Tengamos el espíritu de fe que tuvieron estos hombres de fe y veamos a Dios y Él se cuidará de las dificultades.
Seleccionado
Cuando estamos en el camino del deber, es cuando encontramos los gigantes. Cuando Israel estaba marchando hacia delante, fue cuando aparecieron los gigantes. Cuando volvieron al desierto no encontraron ninguno.
Prevalece la idea de que el poder de Dios en la vida del individuo le eleva sobre toda clase de pruebas y conflictos. El hecho es , que el poder de Dios siempre lleva consigo un conflicto y una lucha. Uno hubiese pensado que en su viaje misionero a Roma, Pablo hubiere sido guardado por alguna poderosa providencia sobre el poder de las tormentas, de las tempestades y de sus enemigos. Pero al contrario, fue una larga y dura lucha de persecución por los judíos, de terribles tempestades, de serpientes venenosas y de luchas contra todos los poderes de la tierra y e infierno, y al fin fue salvado por el margen mas estrecho, nadando a tierra de Malta sobre el trozo de uno de los residuos del barco naufragado, escapando milagrosamente de una muerte segura.
¿ Fue aquello debido a la intervención de un Dios de poder infinito? Sí, como Él es. Y así Pablo nos dice que cuando recibió al Señor Jesucristo como la vida de su cuerpo, inmediatamente le sobrevino un terrible conflicto. En verdad, un conflicto que nunca terminó, una presión persistente, pero de la cual siempre salió victoriosa por medio del poder de Jesucristo.
El lenguaje con que describe esto, es de lo mas pintoresco. “Estábamos atribulados en todo, mas no angustiados, en apuros, mas no desesperados, perseguidos, mas no desamparados, abatidos, mas no perecemos, llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestros cuerpos.”
¡Qué lucha tan incesante y dura! Es muy difícil poder expresar en otro idioma la fuerza del original. Hay cinco cuadros en sucesión. En el primero, se representa la idea de numerosos enemigos oprimiendo por todas partes, pero no obstante, sin vencerle, porque el poder del cielo hace una abertura los suficientemente amplia en el camino para que pueda salir. La traducción literal sería “Estamos oprimidos por todas partes, pero no vencidos.”
El segundo paso es el de una persona cuyo camino parece estar completamente cerrado, sin embargo lo ha atravesado y existe la luz suficiente para mostrarle el próximo paso.
La tercera imagen representa a un enemigo que persigue violentamente, mientras que el divino Protector aún continúa al lado del perseguido. Podemos adoptar la magnífica traducción de Rotherham, “Perseguidos pero no abandonados.”
El cuarto cuadro, es aún mas vívido que dramático. El enemigo le ha alcanzado, herido y derribado. Pero no es un golpe mortal, él puede levantarse nuevamente. Podría traducirse, “Derribado pero no vencido.”
La imagen avanza una vez mas y ahora parece que se trata de la misma muerte. “Llevando siempre por todas partes la muerte del Señor Jesús en el cuerpo.” Pero él no muere, porque “también la vida de Jesús” viene ahora en su ayuda , y él vive en la vida de otro, hasta que ha realizado el trabajo de su vida.
La razón por el cual muchos fracasan en esta experiencia de curación divina, es porque esperaban pasarla sin tener que luchar, y cuando llega el conflicto y se alagar la batalla, se desalientan y someten. Dios no posee nada que sea digno de tenerse y que sea fácil su obtención. En el mercado celestial, no existen artículos baratos. Nuestra redención costó todo lo que Dios mas amaba, y todo lo que vale la pena de poseerse, cuesta caro. Los lugares difíciles son las verdaderas escuelas de la fe y del carácter, y si nosotros vamos a elevarnos sobre la mera fortaleza humana y probar el poder de la vida divina en estos cuerpos mortales, tiene que ser por medio del proceso de un conflicto, que pudiera muy bien ser llamado, el parto doloroso de una nueva vida. Recordemos la imagen antigua del arbusto que ardía, pero no fue consumido, o la Visión de la casa del Intérprete de la llama que no expiraba, a pesar de no cesar el demonio de derramar agua sobre ella, porque en el fondo había un ángel derramando aceite constantemente y guardando la llama encendida.
Tú, amado hijo de Dios que estás sufriendo, tú no puedes fracasar si te atreves a creer solamente, si permaneces firme y rehúsas a ser vencido.
Un tratado.
“Haré descender la lluvia en su tiempo, lluvias de bendición serán”
Hoy hagamos la siguiente pregunta a nuestras almas: ¿En qué clase de situación o estado te encuentras? ¿Te hallas por así decir, en un estado de sequía espiritual?¿Te encuentras en un tiempo de opresión y adversidad? Entonces, es el tiempo para las lluvias.
“Como tu día así será tu fortaleza” “Te daré las lluvias de bendición” La palabra está en plural. Dios enviará toda clase de bendiciones. Todas las bendiciones de Dios van unidas, lo mismo que los eslabones en una cadena de oro. Si El nos concede la gracia que convierte, también nos dará la gracia consoladora. El te enviará “lluvias de bendiciones” Planta marchita, eleva tu mirada y abre tus hojas y flores para recibir un riego celestial.
Spurgeon
“Permite que tu corazón se convierta en un valle profundo y Dios hará que la lluvia descienda sobre él hasta que rebose.”
Señor: Tú puedes transformar mi espina en una flor y deseo que esto acontezca. Job obtuvo la claridad del sol después de la lluvia, pero , ¿Se ha desperdiciado toda la lluvia? Job deseaba saber, como yo también deseo, si la lluvia no tiene nada que ver con la claridad. Y Tú puedes decírmelo. Tú cruz puede decírmelo. Tú has coronado Tu sufrimiento. ¡Que esta sea mi corona, Señor! Solamente triunfo en Ti cuando he aprendido el esplendor de la lluvia.
George Matheson
La vida fructífera busca las lluvias tanto como la claridad del sol.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)